CAMBIAR PARA NO SUCUMBIR
“Dos tribus habitan nuestra jungla política, los que
persiguen neoliberales y los que persiguen populistas. Se extinguieron los que
piensan”.
Julio Bárbaro
Al tratar de analizar las distintas posibilidades que tenemos
para encontrar respuestas a los complejos dilemas de la época, nos topamos
inmediatamente con una tendencia absurda de los jíbaros de las ideas, y esto es
altamente desmoralizante cuando quien lo practica son personas que la sociedad
les asignó un lugar de privilegio en el cuadro de honor del conocimiento y el
saber. Los intelectuales (de ellos estoy hablando) se supone, deben ser por su
formación quienes tengan la capacidad y la disposición necesaria para ayudarnos
a comprender con su erudición, los múltiples conflictos que vive nuestra
sociedad globalizada. Me refiero obviamente al carácter diverso y plural que
tienen las propuestas en oposición a otros presupuestos viciados de prejuicios
o fanatismos que impiden la libre selección de las mejores ideas como
instrumentos teóricos y filosóficos al servicio de la praxis real de los
pueblos.
Lo que menos espera la sociedad de ellos (los intelectuales)
es verlos enrolados partidariamente en alguna facción, grupo o partido político
para luego con total desparpajo caracterizar ideológicamente a los “culpables
de las continuas pesadillas” que vive nuestro país, calificando
desmesuradamente a modelos políticos que en su momento fueron (y todavía lo
son) artífices de importantes reformas para nuestro pueblo favoreciendo con
ello a grandes mayorías de nuestra sociedad, en especial, a los más
necesitados.
Este constante devenir de la construcción histórica política
de nuestro pueblo obedece a la condición central de la política misma
determinada por relaciones de poder que hacen que la dirigencia partidaria
ponga el ojo en las deficiencias de los modelos que esgrimen sus adversarios y
no en los logros que dejó su paso por el poder político y su gestión. Como es
lógico suponer, nadie es tan ingenuo como para pensar que la dirigencia
política estructure su discurso exaltando a sus contrincantes, cosa que si así
fuera lo bien que le haría a la democracia y sus representantes, pero al fin y
al cabo, convengamos que ese es su rol de militante partidario, avanzar hacia
lo que falta, hacia lo no hecho. Pero entonces ¿cuál es el rol del intelectual
en la sociedad y como se diferencia del político?. El [intelectual es el que se dedica al
estudio y la reflexión crítica sobre la realidad y comunica sus ideas con la
pretensión de influir en ella alcanzando cierto estatus de autoridad ante la
opinión pública, si esto es así, el intelectual es aquel que subordina su
subjetividad y sus intereses personales en aras de la verdad objetiva del
acontecer de los hombres y su entorno, sujetos estos invariablemente por su
condición, al libre albedrío por la circunstancia del ser: intelectual; “Los juicios morales en política solo son
posibles si existe el libre albedrío”. Immanuel Kant
Es indudable que las sociedades vienen cambiando a un ritmo
vertiginoso, con lo cual su composición es equivalente a su dinámica. Sus
componentes tanto institucional como los colectivos sociales, ya no son los
mismos que antes, esta verdad harto debatida en los ambientes políticos del
mundo es la que nos permite sostener que los sistemas de representación
partidario de la democracia están agotados (o en crisis) junto a su dirigencia
que por todo los medios, resisten a su transformación.
La ciencia y la tecnología aceleraron los tiempos del cambio
mundial que definitivamente establecieron nuevos modos y prácticas en los que
los hombres y mujeres del planeta se vinculan entre sí; la economía y los
sistemas de producción globalizados cambiaron irreversiblemente las relaciones
de poder forzando a los partidos políticos y su dirigencia (instrumento
fundamental de las democracias) a promover
cambios necesarios para adaptarse a los nuevos tiempos que exigen
obtener la suficiente autoridad moral para legitimarse ante las mayorías
sociales y avanzar así hacia las aspiraciones generales que demanda la
sociedad. En este contexto global donde existen más dudas que certezas, los
problemas y los reclamos por los derechos de los distintos sectores sociales
adquieren una dimensión extra territorial poniendo de relieve que las formas de
organización y las metodologías empleadas en esta constante lucha por los
derechos también han caducado. La importancia que se le debería dar a las
nuevas formas de organización política es un tema central en el camino de las
reivindicaciones políticas, económicas, sociales y laborales ya que tienen
consecuencias directas en el desarrollo de los pueblos. Así se lo vienen
planteando algunos sectores de izquierda que les permitió pasar de la marginalidad
del pasado a la lucha por las ideas en el parlamento o las distintas
legislaturas provinciales incorporando su demanda y fortaleciendo así el
sistema democrático argentino.
Una falaz dicotomía recorre las democracias del mundo
globalizado incluyendo a nuestro país en particular que dejó históricos
conflictos de desencuentros sin saldar, en este sentido los argentinos somos
capaces de llegar mucho más lejos para evitar lo que tememos que para alcanzar
lo que deseamos, es por ello que no es calificando a los oponentes de
populistas o neoliberales como vamos a resolver los complejos problemas de
nuestro tiempo, sino mas bien, buscando entre todos el camino común que nos dé
la certeza de encontrar la sabiduría que nos haga más justos, más libres y más
solidarios entre sí.
VICENTE SCORDAMAGLIA