La política nacional
entró en un impasse. Una tensa pero desconcertante espera pareciera invadir el
espíritu maltrecho de los argentinos; la espera tiene que ver con que se
produzca alguna mejora en el bolsillo de los trabajadores a partir del cobro de
una parte de los aumentos de salarios resueltos en paritarias, correspondientes
al primer semestre del año en curso, que, junto al medio aguinaldo, significa
un cierto “alivio” para los alicaídos salarios de los trabajadores que venían
aguantando los tarifazos (producidos por el gobierno nacional) con la misma
plata que vienen cobrando desde el año anterior. En este mismo orden, también
significó un desahogo para el gobierno nacional que se encontraba arrinconado
por las múltiples demandas sociales. Esta sensación de “bienestar”, se produce
sin perjuicio de que las promesas (de alivio, baja de la inflación y
crecimiento del trabajo de “mejor calidad”) del gobierno siguen centradas en el
segundo semestre del año sin olvidar que todavía falta negociar con los gremios
el tramo restante al segundo semestre de las paritarias a partir del mes de
agosto próximo.
Todo este escenario
complejo por cierto, viene siendo mediatizado por la prensa nacional, es decir,
son minimizados ante los escandalosos episodios de corrupción que ponen en
segundo plano de la agenda nacional a las demandas laborales.
Pero los argentinos ya
estamos acostumbrados a este estado engañoso de estabilidad y sabemos que los
aumentos en los servicios básicos que la población necesita (luz, agua, gas,
salud, expensas y alimentos básicos) siguen su curso ascendente y no se
detienen ante nada (cautelares de por medio) creando mayor zozobra en las
familias argentinas de cara al futuro.
Un primer cacerolazo
contra el gobierno de Macri en repudio a los tarifazos de los servicios básicos
que consume el pueblo, comenzó a preocupar a los gerentes del gobierno de turno
y una pregunta comenzó a sobrevolar las inmediaciones de la casa de gobierno
acerca de cuál es el límite de tolerancia de toda la población con respecto a
los ajustes brutales (y desmedidos) de un gobierno que comenzó a perder la
iniciativa política y solo avanza con puro voluntarismo, fe y esperanza.
Es natural que un
nuevo gobierno le achaque todo lo malo al gobierno anterior y mucho más cuando
existen múltiples motivos para que así sea, pero cualquier ciudadano, por menos
leído que sea, se pregunta: ¿por qué el gobierno actual no le reclama a los
empresarios (aquellos que fueron convidados de lujo a la fiesta Kirchnerista)
con la misma firmeza que utiliza para negociar con los trabajadores? Más allá
de que todos sabemos que debemos aportar algo de nuestro esfuerzo, no se ve por
ningún lado que lo hagan quienes cobraron voluminosas cifras de dinero en
subsidios del Estado. En este sentido,
la gente no tiene las herramientas para exigirles que rindan cuentas por
el destino de los subsidios transferidos por el Estado Nacional hacia las
empresas de servicios, pero el gobierno si los tiene ya que cuenta con todos
los instrumentos que las leyes vigentes le otorgan para que rindan cuentas y
llevarlos ante La Justicia si fuera
necesario.
La primera pregunta
que tienen que responder los aplaudidores de siempre, (ya que son los mismos
que vuelven a recibir subsidios del
gobierno actual) es: ¿Qué hicieron con la plata que les otorgó el
gobierno anterior? ¿Fue un subsidio para mejorar los servicios de luz, agua,
gas, transporte, energía y otros tantos o fue para mejorar sus cuentas
personales?. Los servicios subsidiados por el gobierno anterior fueron
otorgados a los empresarios para que cubran la parte que no pagaban los
usuarios, como consecuencia de ello, al no perder sus ganancias deberían haber
mejorado los servicios para que funcionen correctamente y no esperar a que el
Estado corra nuevamente en rescate de empresarios que deberían haber hecho las
reformas necesarias para tener los servicios en óptimas condiciones de
servicio.
De esta manera se
pensó también para que el pueblo tuviera algún alivio a sus retrasados salarios
y no para que los empresarios sigan recibiendo dádivas del Estado Nacional
(patrimonio de todos los argentinos) agrandando sus cuentas personales, muchos
de ellos depositando ese dinero en cuentas que están en paraísos fiscales.
Todo este zafarrancho,
creado por el gobierno anterior y mal manejado por el gobierno actual, ha
profundizado la problemática por la ineficiencia de los funcionarios de turno,
que con total desparpajo insisten en que este es el costo que hay que pagar
para que estos señores realicen su aprendizaje para gobernar creando mayor
irritación en la sociedad que está a punto de desencadenar junto a sus reclamos
una espiral de violencia peligrosa e innecesaria.
La descripción no es
antojadiza ni mucho menos alarmista, solo hay que saber mirar un poco más allá
de lo que muestran los medios de comunicación que todavía les conviene seguir
metidos en una disputa personal con los restos que quedan del
Kirchnerismo, donde la contienda
terminará, parece ser, cuando algún personaje emblemático del gobierno anterior
sea fotografiado tras las rejas.
Mientras todo esto
sucede, el gobierno nacional no encuentra la fórmula para bajar la inflación ni
mucho menos para encauzar una reactivación de la economía que oxigene el
escenario social. La economía global hoy en crisis no favorece las inversiones
que se esperaban, complicando aun más el supuesto programa “desarrollista” en
el que Macri depositó todas las expectativas, esto es: el ingreso “masivo” de
inversiones, que a decir verdad, no se ven por ningún lado y difícilmente
arriben quien sabe cuando a nuestro país.
Es que en realidad
nadie se dedicó a estudiar la problemática internacional y la crisis de sus
mercados financieros, pero lo que es peor tampoco elaboraron un plan de
gobierno alternativo en el caso de no contar con el capital externo por venir.
Lo único cierto hoy en
Argentina es que tenemos medios de comunicación muy activos, unos jueces que de
golpe son muy justicieros y una política ausente, mientras los gerentes de
turno no hacen otra cosa que hostigar al pueblo para que pague una fiesta que
no debe pagar.
VICENTE SCORDAMAGLIA