miércoles, 28 de diciembre de 2016

CAMBIAR PARA NO SUCUMBIR

CAMBIAR PARA NO SUCUMBIR

“Dos tribus habitan nuestra jungla política, los que persiguen neoliberales y los que persiguen populistas. Se extinguieron los que piensan”.
Julio Bárbaro
Al tratar de analizar las distintas posibilidades que tenemos para encontrar respuestas a los complejos dilemas de la época, nos topamos inmediatamente con una tendencia absurda de los jíbaros de las ideas, y esto es altamente desmoralizante cuando quien lo practica son personas que la sociedad les asignó un lugar de privilegio en el cuadro de honor del conocimiento y el saber. Los intelectuales (de ellos estoy hablando) se supone, deben ser por su formación quienes tengan la capacidad y la disposición necesaria para ayudarnos a comprender con su erudición, los múltiples conflictos que vive nuestra sociedad globalizada. Me refiero obviamente al carácter diverso y plural que tienen las propuestas en oposición a otros presupuestos viciados de prejuicios o fanatismos que impiden la libre selección de las mejores ideas como instrumentos teóricos y filosóficos al servicio de la praxis real de los pueblos.
Lo que menos espera la sociedad de ellos (los intelectuales) es verlos enrolados partidariamente en alguna facción, grupo o partido político para luego con total desparpajo caracterizar ideológicamente a los “culpables de las continuas pesadillas” que vive nuestro país, calificando desmesuradamente a modelos políticos que en su momento fueron (y todavía lo son) artífices de importantes reformas para nuestro pueblo favoreciendo con ello a grandes mayorías de nuestra sociedad, en especial, a los más necesitados.

Este constante devenir de la construcción histórica política de nuestro pueblo obedece a la condición central de la política misma determinada por relaciones de poder que hacen que la dirigencia partidaria ponga el ojo en las deficiencias de los modelos que esgrimen sus adversarios y no en los logros que dejó su paso por el poder político y su gestión. Como es lógico suponer, nadie es tan ingenuo como para pensar que la dirigencia política estructure su discurso exaltando a sus contrincantes, cosa que si así fuera lo bien que le haría a la democracia y sus representantes, pero al fin y al cabo, convengamos que ese es su rol de militante partidario, avanzar hacia lo que falta, hacia lo no hecho. Pero entonces ¿cuál es el rol del intelectual en la sociedad y como se diferencia del político?. El [intelectual es el que se dedica al estudio y la reflexión crítica sobre la realidad y comunica sus ideas con la pretensión de influir en ella alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública, si esto es así, el intelectual es aquel que subordina su subjetividad y sus intereses personales en aras de la verdad objetiva del acontecer de los hombres y su entorno, sujetos estos invariablemente por su condición, al libre albedrío por la circunstancia del ser: intelectual; “Los juicios morales en política solo son posibles si existe el libre albedrío”. Immanuel Kant

Es indudable que las sociedades vienen cambiando a un ritmo vertiginoso, con lo cual su composición es equivalente a su dinámica. Sus componentes tanto institucional como los colectivos sociales, ya no son los mismos que antes, esta verdad harto debatida en los ambientes políticos del mundo es la que nos permite sostener que los sistemas de representación partidario de la democracia están agotados (o en crisis) junto a su dirigencia que por todo los medios, resisten a su transformación.
La ciencia y la tecnología aceleraron los tiempos del cambio mundial que definitivamente establecieron nuevos modos y prácticas en los que los hombres y mujeres del planeta se vinculan entre sí; la economía y los sistemas de producción globalizados cambiaron irreversiblemente las relaciones de poder forzando a los partidos políticos y su dirigencia (instrumento fundamental de las democracias) a promover  cambios necesarios para adaptarse a los nuevos tiempos que exigen obtener la suficiente autoridad moral para legitimarse ante las mayorías sociales y avanzar así hacia las aspiraciones generales que demanda la sociedad. En este contexto global donde existen más dudas que certezas, los problemas y los reclamos por los derechos de los distintos sectores sociales adquieren una dimensión extra territorial poniendo de relieve que las formas de organización y las metodologías empleadas en esta constante lucha por los derechos también han caducado. La importancia que se le debería dar a las nuevas formas de organización política es un tema central en el camino de las reivindicaciones políticas, económicas, sociales y laborales ya que tienen consecuencias directas en el desarrollo de los pueblos. Así se lo vienen planteando algunos sectores de izquierda que les permitió pasar de la marginalidad del pasado a la lucha por las ideas en el parlamento o las distintas legislaturas provinciales incorporando su demanda y fortaleciendo así el sistema democrático argentino. 

Una falaz dicotomía recorre las democracias del mundo globalizado incluyendo a nuestro país en particular que dejó históricos conflictos de desencuentros sin saldar, en este sentido los argentinos somos capaces de llegar mucho más lejos para evitar lo que tememos que para alcanzar lo que deseamos, es por ello que no es calificando a los oponentes de populistas o neoliberales como vamos a resolver los complejos problemas de nuestro tiempo, sino mas bien, buscando entre todos el camino común que nos dé la certeza de encontrar la sabiduría que nos haga más justos, más libres y más solidarios entre sí. 

VICENTE SCORDAMAGLIA