EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS
Los conflictos sociales, políticos
y económicos disparados por la gran crisis que vive nuestro país, no
debidamente dimensionada, sobrevuelan el espacio argentino a la velocidad del
viento, si no encontramos rápidamente un equilibrio que nos sirva para
cobijarnos, sufriremos los embates de su poder destructivo que viene llevándose
todo a su paso. Los hechos de corrupción que involucran a funcionarios del
gobierno anterior con su jefa política a la cabeza no dan respiro en la medida
que se van conociendo algunos detalles de la magnitud del desfalco producido al
estado nacional. La capacidad de asombro que creíamos haber agotado en otras
crisis de magnitud que vivió nuestro país, resurgió con fuerza inusitada para
ponernos a la vanguardia de los países con mayor índice de corrupción de toda
la región. Pero lo más asombroso de la gravedad de los delitos que se van
conociendo y que los autores intentan atenuar (por la dimensión de los
episodios inéditos) es que para su realización hayan involucrado a sus
familiares, hijos y amigos de su entorno íntimo. Ese hecho en sí mismo, merece
una reprobación contundente de todos los argentinos porque en él refleja no
solo la impunidad con que realizaron estas operaciones ilícitas, sino que
muestra el grado de deterioro ético y moral alcanzado por una facción de
gobierno que instrumentó mecanismos y prácticas para corromper todo cuanto pudiera con el único
propósito de perpetuarse en el poder.
Una maquinaria concebida desde el
Estado para construir poder, contaminó todo el espacio público enmascarado con
discursos épicos y revolucionarios camuflando así, sus verdaderos objetivos de
acumulación de riquezas incalculables hasta hora, creando de ese modo un Estado
paralelo en lo ideológico, en lo político y en lo económico. Con este modus
operandi, no solo prostituyeron a sus familias, sectores sociales y
organizaciones de derechos humanos sino que la estafa más significativa
perpetrada casi con obscenidad, es haber provocado un daño moral a una
generación de jóvenes que creyeron en un relato que se desmorona y deslegitima por
la fuerza de los hechos que día tras día quedan al descubierto.
Este breve pero necesario balance
de la gestión Kirchnerista, tiene que ver con que creo que llegó la hora de
separar la paja del trigo, esto es: separar a los corruptos de la política como
forma de blindar al Estado Argentino, patrimonio de todos, de los depredadores
de turno para que deje de ser un coto de caza de personajes inescrupulosos.
Ya en la década del 70 corría como
predica entre los grupos juveniles una controvertida frase que se transformó en
una consigna frecuente para justificar algunas acciones que no eran del todo
claras: “el fin justifica los medios”;
en nombre de este pseudo valor, los grupos involucrados en las distintas
operaciones políticas de la época (desde formaciones armadas hasta grupos de
superficie) ejecutaron todo tipo de acciones sin el menor prejuicio que
justificara sus acciones. Casi como una trágica vuelta al pasado, también hoy,
una generación de jóvenes idealistas intentaron estructurar una fuerza política
que emulara, ahora si desde el poder, a aquellos grupos que luego de la diáspora
de sus jefes políticos y de conocerse traiciones y negociados con los mismos
sujetos que decían combatir, dejaron un tendal político y psicológico en los
cientos de miles de jóvenes que creyeron su relato hasta el límite de dar la
vida por ese dogma.
La corrupción, que se ha transformado
en uno de los problemas más serios que involucra a casi todos los sectores de
la comunidad, tanto que afecta a países ricos como a países que todavía están
en estado de desarrollo, es por su volumen y capacidad destructiva, un flagelo
de tipo global con ramificaciones multifacéticas de compleja solución. Y si así
entonces, reconocemos que este letal demonio también habita dentro nuestro,
implica entonces una revisión de nuestras propias conductas (al tiempo en que
confrontemos con el monstruo de mil cabezas y múltiples recursos) realizando un
examen de conciencia y un esfuerzo ético que aísle definitivamente de la
política, a las bandas de corruptos que con su narcótico discurso siguen
contaminando todo lo que encuentran a su paso. Como integrante de aquella
generación de jóvenes idealistas, tengo la obligación y si se quiere el
derecho, de alertar sobre el engaño que se está perpetrando en nombre de
principios y valores que no son otra
cosa más que relatos muy bien elaborados para seguir consumando sus corruptos
designios.
VICENTE SCORDAMAGLIA