miércoles, 18 de mayo de 2016

EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS

EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS
Los conflictos sociales, políticos y económicos disparados por la gran crisis que vive nuestro país, no debidamente dimensionada, sobrevuelan el espacio argentino a la velocidad del viento, si no encontramos rápidamente un equilibrio que nos sirva para cobijarnos, sufriremos los embates de su poder destructivo que viene llevándose todo a su paso. Los hechos de corrupción que involucran a funcionarios del gobierno anterior con su jefa política a la cabeza no dan respiro en la medida que se van conociendo algunos detalles de la magnitud del desfalco producido al estado nacional. La capacidad de asombro que creíamos haber agotado en otras crisis de magnitud que vivió nuestro país, resurgió con fuerza inusitada para ponernos a la vanguardia de los países con mayor índice de corrupción de toda la región. Pero lo más asombroso de la gravedad de los delitos que se van conociendo y que los autores intentan atenuar (por la dimensión de los episodios inéditos) es que para su realización hayan involucrado a sus familiares, hijos y amigos de su entorno íntimo. Ese hecho en sí mismo, merece una reprobación contundente de todos los argentinos porque en él refleja no solo la impunidad con que realizaron estas operaciones ilícitas, sino que muestra el grado de deterioro ético y moral alcanzado por una facción de gobierno que instrumentó mecanismos y prácticas  para corromper todo cuanto pudiera con el único propósito de perpetuarse en el poder.
Una maquinaria concebida desde el Estado para construir poder, contaminó todo el espacio público enmascarado con discursos épicos y revolucionarios camuflando así, sus verdaderos objetivos de acumulación de riquezas incalculables hasta hora, creando de ese modo un Estado paralelo en lo ideológico, en lo político y en lo económico. Con este modus operandi, no solo prostituyeron a sus familias, sectores sociales y organizaciones de derechos humanos sino que la estafa más significativa perpetrada casi con obscenidad, es haber provocado un daño moral a una generación de jóvenes que creyeron en un relato que se desmorona y deslegitima por la fuerza de los hechos que día tras día quedan al descubierto.
Este breve pero necesario balance de la gestión Kirchnerista, tiene que ver con que creo que llegó la hora de separar la paja del trigo, esto es: separar a los corruptos de la política como forma de blindar al Estado Argentino, patrimonio de todos, de los depredadores de turno para que deje de ser un coto de caza de personajes inescrupulosos.     
Ya en la década del 70 corría como predica entre los grupos juveniles una controvertida frase que se transformó en una consigna frecuente para justificar algunas acciones que no eran del todo claras: “el fin justifica los medios”; en nombre de este pseudo valor, los grupos involucrados en las distintas operaciones políticas de la época (desde formaciones armadas hasta grupos de superficie) ejecutaron todo tipo de acciones sin el menor prejuicio que justificara sus acciones. Casi como una trágica vuelta al pasado, también hoy, una generación de jóvenes idealistas intentaron estructurar una fuerza política que emulara, ahora si desde el poder, a aquellos grupos que luego de la diáspora de sus jefes políticos y de conocerse traiciones y negociados con los mismos sujetos que decían combatir, dejaron un tendal político y psicológico en los cientos de miles de jóvenes que creyeron su relato hasta el límite de dar la vida por ese dogma.
La corrupción, que se ha transformado en uno de los problemas más serios que involucra a casi todos los sectores de la comunidad, tanto que afecta a países ricos como a países que todavía están en estado de desarrollo, es por su volumen y capacidad destructiva, un flagelo de tipo global con ramificaciones multifacéticas de compleja solución. Y si así entonces, reconocemos que este letal demonio también habita dentro nuestro, implica entonces una revisión de nuestras propias conductas (al tiempo en que confrontemos con el monstruo de mil cabezas y múltiples recursos) realizando un examen de conciencia y un esfuerzo ético que aísle definitivamente de la política, a las bandas de corruptos que con su narcótico discurso siguen contaminando todo lo que encuentran a su paso. Como integrante de aquella generación de jóvenes idealistas, tengo la obligación y si se quiere el derecho, de alertar sobre el engaño que se está perpetrando en nombre de principios y valores  que no son otra cosa más que relatos muy bien elaborados para seguir consumando sus corruptos designios.
VICENTE SCORDAMAGLIA