Artículo de opinión
LA VERDAD BAJO SOSPECHA
Por: Vicente Scordamaglia
La irrupción de Javier Milei en el escenario político le heló
la sangre a todo el sistema de poder de la Argentina, sus declaraciones
beligerantes como carta de presentación (discurso) del enigmático personaje
generó un sinfín de especulaciones acerca de cómo se está moviendo el poder en
los años de democracia. Junto a este emergente de la anti política la opinión
pública, se ve sacudida por la intromisión decisiva de operaciones políticas
por parte de los servicios de inteligencia que en el transcurso del desarrollo
político argentino comienzan a influir en forma decisiva a la hora de encumbrar
a algún candidato o por el contrario defenestrarlo. Ante esta aberración
política de la democracia, la gente comienza a aferrarse a cualquier emergente
que ponga en duda el sistema político y se infiltre de manera descarada para aprovechar
con propuestas desopilantes y así capitalizar el descontento y hartazgo de la
gente. Hartos ya de estar hartos la gente comienza a aferrarse a cualquier discurso que espolee la agresión como método de acumulación
política. La inseguridad nacional expresada en los hechos que vienen ocurriendo
en ciudades como Santa Fe, Rosario y el conurbano bonaerense, entre otros, son
el caldo de cultivo necesario creando así un clima de incertidumbre, contexto inevitable
que necesitan estos sectores que reniegan de la clase dirigencial argentina
poniendo en duda la credibilidad del sistema democrático en nuestro país. En
este escenario de discordia nacional, la gente comenzó a preguntarse cuál es la
verdad de lo que sucede en nuestro país. Nuestra sociedad, manipulada desde
hace mucho tiempo a distintas versiones del acontecer de sus instituciones y de
quienes las administran, se siente cada vez más vulnerable en cuanto a su
capacidad de discernir entre la verdad y la mentira de cuanto ocurre en su
devenir histórico. La sospecha se ha instalado por encima de la credibilidad de
los hechos que nos involucran y hoy es común ver a los funcionarios políticos
desfilar por programas de televisión para aclarar su situación personal o la de
la institución que administran porque alguna versión de su comportamiento personal (ético o moral) lo obligó a hacerlo.
Desde la última dictadura
militar no se ha podido desmontar el perverso sistema de vigilancia y control
de personas u organizaciones que operan en nuestro territorio nacional con el
objeto de promover delitos o desestabilización de nuestro precario sistema
democrático. Sin ninguna hipótesis de conflicto, éstos, alentados por algunos
funcionarios también siniestros, se dedicaron a espiar a opositores del
gobierno de turno generando una situación insostenible en donde no hubo
operación política que no contara con alguna información proveniente de estos
sectores tan controvertidos.
Hasta allí lo que sabemos,
pero lo curioso de este estado de cosas es que cuesta imaginar que el resto de
los factores de poder que conforman nuestra sociedad no se hayan beneficiado en
alguna medida con trabajos requeridos a servicios secretos de la nación, del
cual, de la mañana a la noche, se transformaron en parte imprescindible de
cualquier operación licita o ilícita, comercial o política que se operara en
nuestro país.
Todo comienza por una
sospecha, (bien fundada o no) por un anónimo o testigo de algo irregular que
despierta curiosidad o simplemente quien quiere sacar ventajas políticas o
económicas como para que el poder que habita en las cloacas de la nación se
lance al acecho penetrando todo blindaje posible hasta llegar a la intimidad de
cualquier persona u organismo vivo o muerto de la sociedad.
Cabe preguntarse entonces:
¿cómo saben quienes denuncian? ¿Cuál es la fuente que utilizan? ¿O todos tienen
el mismo proveedor informante que los manipula a su antojo?
En este estado de cosas es
imposible saber la verdad de lo que ocurre en nuestro entorno común, como así
también sostener una verdad relativa haciendo el esfuerzo por coexistir dentro
de ella.