jueves, 13 de abril de 2023

 

 

 

Artículo de opinión

LA VERDAD BAJO SOSPECHA

Por: Vicente Scordamaglia

 

La irrupción de Javier Milei en el escenario político le heló la sangre a todo el sistema de poder de la Argentina, sus declaraciones beligerantes como carta de presentación (discurso) del enigmático personaje generó un sinfín de especulaciones acerca de cómo se está moviendo el poder en los años de democracia. Junto a este emergente de la anti política la opinión pública, se ve sacudida por la intromisión decisiva de operaciones políticas por parte de los servicios de inteligencia que en el transcurso del desarrollo político argentino comienzan a influir en forma decisiva a la hora de encumbrar a algún candidato o por el contrario defenestrarlo. Ante esta aberración política de la democracia, la gente comienza a aferrarse a cualquier emergente que ponga en duda el sistema político y se infiltre de manera descarada para aprovechar con propuestas desopilantes y así capitalizar el descontento y hartazgo de la gente. Hartos ya de estar hartos la gente comienza a aferrarse  a cualquier discurso que espolee  la agresión como método de acumulación política. La inseguridad nacional expresada en los hechos que vienen ocurriendo en ciudades como Santa Fe, Rosario y el conurbano bonaerense, entre otros, son el caldo de cultivo necesario creando así un clima de incertidumbre, contexto inevitable que necesitan estos sectores que reniegan de la clase dirigencial argentina poniendo en duda la credibilidad del sistema democrático en nuestro país. En este escenario de discordia nacional, la gente comenzó a preguntarse cuál es la verdad de lo que sucede en nuestro país. Nuestra sociedad, manipulada desde hace mucho tiempo a distintas versiones del acontecer de sus instituciones y de quienes las administran, se siente cada vez más vulnerable en cuanto a su capacidad de discernir entre la verdad y la mentira de cuanto ocurre en su devenir histórico. La sospecha se ha instalado por encima de la credibilidad de los hechos que nos involucran y hoy es común ver a los funcionarios políticos desfilar por programas de televisión para aclarar su situación personal o la de la institución que administran porque alguna versión de su comportamiento personal  (ético o moral) lo obligó a hacerlo.

Desde la última dictadura militar no se ha podido desmontar el perverso sistema de vigilancia y control de personas u organizaciones que operan en nuestro territorio nacional con el objeto de promover delitos o desestabilización de nuestro precario sistema democrático. Sin ninguna hipótesis de conflicto, éstos, alentados por algunos funcionarios también siniestros, se dedicaron a espiar a opositores del gobierno de turno generando una situación insostenible en donde no hubo operación política que no contara con alguna información proveniente de estos sectores tan controvertidos.

Hasta allí lo que sabemos, pero lo curioso de este estado de cosas es que cuesta imaginar que el resto de los factores de poder que conforman nuestra sociedad no se hayan beneficiado en alguna medida con trabajos requeridos a servicios secretos de la nación, del cual, de la mañana a la noche, se transformaron en parte imprescindible de cualquier operación licita o ilícita, comercial o política que se operara en nuestro país.

Todo comienza por una sospecha, (bien fundada o no) por un anónimo o testigo de algo irregular que despierta curiosidad o simplemente quien quiere sacar ventajas políticas o económicas como para que el poder que habita en las cloacas de la nación se lance al acecho penetrando todo blindaje posible hasta llegar a la intimidad de cualquier persona u organismo vivo o muerto de la sociedad.

Cabe preguntarse entonces: ¿cómo saben quienes denuncian? ¿Cuál es la fuente que utilizan? ¿O todos tienen el mismo proveedor informante que los manipula a su antojo?

En este estado de cosas es imposible saber la verdad de lo que ocurre en nuestro entorno común, como así también sostener una verdad relativa haciendo el esfuerzo por coexistir dentro de ella.