La campaña política que nos llevará a las devaluadas
Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) ya está en camino con
todo su folclore a cuestas. Cómo criticar el ejercicio de votar para elegir a
los mejores dirigentes para que nos gobiernen si nos pasamos años de dictaduras
sin poder ejercer este derecho elemental para vivir en un país libre y
democrático. Sin embargo y mal que nos pese, los distintos frentes electorales
se las han arreglado para no competir en estas internas abiertas, arguyendo
acuerdos preelectorales que imposibilitan el armado de las listas para competir
libremente y someter su candidatura a la legítima decisión del electorado
nacional.
Las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO),
se instituyeron en un contexto y con un
argumento que respondía a la falta de credibilidad de los ciudadanos
hacia la clase política y sus respectivos partidos; este sistema que entró en
una profunda crisis institucional dejó un vacío
de credibilidad en el sistema electoral, a lo que las PASO, de alguna
manera, podían ofrecer un mecanismo
facilitador por fuera de las tradicionales roscas políticas en tanto se
pudiera recomponer el rol y la transparencia de los partidos políticos,
legítimos instrumentos para formar, instalar y ofrecerle a la sociedad a los
mejores dirigentes disponibles en todas las formaciones democráticas del país.
Sin embargo, debemos aceptar que aunque las devaluadas PASO ocasionen algunos
desgastes innecesarios o parezca inútil su realización, ante la falta de
democracia dentro de los partidos políticos su implementación termina
resolviendo conflictos existentes entre candidatos de un mismo partido o
frentes electorales que de otra forma no llegarían a ningún acuerdo sin la
participación del electorado nacional.
Si el actual gobierno intentara realizar una necesaria
reforma política, uno de los temas de debate será sin duda la homologación de
las tan poco útiles PASO, en tanto en ese mismo orden se vuelva con la práctica
partidaria de elegir democráticamente en elecciones internas a sus legítimos
candidatos.
Ahora bien, yo creo que hay que devolverles a los partidos
políticos la autoridad y el prestigio necesario siempre y cuando todos los
actores de la política nacional se pongan de acuerdo en que para construir una
república vigorosa es necesario creer (y practicar la política) en una
democracia partidaria como instrumento para su realización, es decir, un
consenso generalizado de todas sus fuerzas activas que permita en un gran
acuerdo nacional la refundación del sistema democrático tan bastardeado en
nuestro país; un sistema en el cual se permita resolver todas nuestras
diferencias, contradicciones e intereses sin que por ello se ponga en juego la
institucionalidad de la Nación.
Quizás no solo baste con enunciarlo, sino que además debemos
practicar sin demora, anteponiendo la lucha por la idea por encima de la
calumnia sistemática como base central de un nuevo tiempo político por venir
que con insistencia, reclama toda la sociedad.
VICENTE SCORDAMAGLIA