La irrupción de Jaime Stiuso en el
programa de televisión Intratables le heló la sangre a todo el sistema de poder
de la Argentina. Ya con sus declaraciones frente al Juez, el enigmático
personaje generó un sinfín de especulaciones acerca de cómo se movió el poder
en los años de democracia. La opinión pública sacudida por la intromisión de un
servicio de inteligencia en el transcurso de uno de los programas de televisión de mayor audiencia
(poniendo en duda la credibilidad del ex fiscal Moreno Ocampo) comenzó a
preguntarse cuál es la verdad de lo que sucede en nuestro país. Nuestra
sociedad, manipulada desde hace mucho tiempo a distintas versiones del
acontecer de sus instituciones y de quienes las administran, se siente cada vez
más vulnerable en cuanto a su capacidad de discernir entre la verdad y la
mentira de cuanto ocurre en su devenir histórico.
La sospecha se ha instalado
por encima de la credibilidad de los hechos que nos involucran y hoy es común
ver a los funcionarios políticos desfilar por programas de televisión para
aclarar su situación personal o la de la institución que administran porque
alguna versión de su comportamiento personal
(ético o moral) lo obligó a hacerlo.
Es que desde la última dictadura
militar no se ha podido desmontar el perverso sistema de vigilancia y control
de personas u organizaciones que operan en nuestro territorio nacional con el
objeto de promover delitos o desestabilización de nuestro precario sistema
democrático. Sin ninguna hipótesis de conflicto, éstos, alentados por algunos
funcionarios también siniestros, se dedicaron a espiar a opositores del
gobierno de turno generando una situación insostenible en donde no hubo
operación política que no contara con alguna información proveniente de estos
sectores tan controvertidos.
Hasta allí lo que sabemos, pero lo
curioso de este estado de cosas es que cuesta imaginar que el resto de los
factores de poder que conforman nuestra sociedad no se hayan beneficiado en
alguna medida con trabajos requeridos a servicios secretos de la nación del
cual, de la mañana a la noche, se transformaron en parte imprescindible de
cualquier operación licita o ilícita, comercial o política que se operara en
nuestro país.
Todo comienza por una sospecha, (bien
fundada o no) por un anónimo o testigo de algo irregular que despierta
curiosidad o simplemente quien quiere sacar ventajas políticas o económicas
como para que el poder que habita en las cloacas de la nación se lance al
acecho penetrando todo blindaje posible hasta llegar a la intimidad de
cualquier persona u organismo vivo o muerto de la sociedad.
Cabe preguntarse entonces: ¿cómo
saben quienes denuncian? ¿Cuál es la fuente que utilizan? ¿O todos tienen el
mismo proveedor informante que los manipula a su antojo?
En este estado de cosas es imposible
saber la verdad de lo que acontece en nuestro entorno, como así también creer
en quienes hacemos el esfuerzo por vivir dentro de ella.
VICENTE
SCORDAMAGLIA