Artículo de Opinión
LOS BROTES VERDES DE BOLSONARO
Por: Vicente Scordamaglia
Si como decía Humberto Eco “más
difícil que probar que algo es falso es probar que es verdadero”. El caso
Bolsonaro en Brasil puede sintetizar una muestra del nuevo ciclo que comienza a
consolidarse en gran parte de los países con poca
tradición democrática (salvo algunas excepciones) como gran parte de la región
sudamericana incluyendo el nuestro. Un candidato que no figuraba en las
expectativas electorales se alzó con el voto de las grandes mayorías Brasileñas
que en los últimos años de desorden institucional este personaje llegó a clamar
a voz en cuello los dislates más aberrantes de todo el vocabulario nefasto que
los constructores de los manuales políticos podían haber imaginado.
Este
personaje que hoy nos ocupa por su singularidad, se transformó en el emergente
de una sociedad en crisis que viene manifestando su frustración y hartazgo
frente a los distintos modelos políticos y económicos que vienen colapsando
frente a la compleja realidad presente.
Si solo
fuera por la larga lista de sus aberrantes dichos, encontraríamos inexplicable
lo recientemente ocurrido en el país vecino del Brasil, pero la realidad es un
poco más compleja que la simple descripción ideológica de un liderazgo
político, es y por, sobre todo, el correlato de un fracaso de la clase política
que se vio expuesta ante la sociedad en su conjunto, no por sus virtudes
morales y políticas sino esencialmente por sus actos de corrupción.
¿Cuál es el efecto de la onda expansiva que este singular
hecho político despliega sobre el conjunto de la región? Durante años de
construcción social de nuestra identidad nacional política y cultural, los
argentinos (pensemos como pensemos) hemos silenciado actos de corrupción y
verdadero vandalismo con las cuestiones del estado nacional en todos los
niveles que se los quiera apreciar. Además, si a esta descripción le sumamos
una profunda recesión como la que vive hoy Argentina, nos daremos cuenta que la
sociedad vive con mucho miedo al percibir el futuro no como una oportunidad
sino como una peligrosa amenaza.
Para tomar solo el período del último ciclo democrático en
donde hemos pasado sin escalas, de los brutales golpes de estado a una
escandalosa corrupción que carcome las entrañas morales de nuestra democracia,
el impacto causado por los episodios ocurridos a partir de los contratos de la
empresa Odrebetch que se extendió en varios países incluyendo el nuestro, dejaron
al descubierto una trama de corrupción de la obra pública con dos engranajes
que no se los puede soslayar: uno es el que paga y otro es el que cobra
involucrando en el medio a una serie de funcionarios de instituciones
gubernamentales necesarios para que el delito vinculado con el estado público,
funcione adecuadamente en beneficio de una clase política y sus socios,
empresarios inescrupulosos, atravesados ambos por los mismos disvalores; lo
contrario de lo que sostenía Aristóteles cuando decía que “ser virtuoso se aprende con el ejercicio de
los hábitos buenos, con formación, con experiencia y tiempo para ejercitarse en
ellos”; así, estos personajes que se enriquecieron con dinero mal habido
hicieron de la corrupción un hábito perfecto para delinquir.
¿Cómo reformar una clase política
corrupta?
¿Cómo reformar un capitalismo
corrupto? Ambos actores son parte de una misma trama en donde trabajan unidos para
que estos sectores (indispensables para toda sociedad que desea vivir en
democracia) obtengan importantes beneficios económicos por sobre el verdadero
valor de los gastos del estado.
La escandalosa brecha entre ricos y
pobres que día tras día se ensancha sin parar, sumado a episodios de violencia
cotidiana en nuestra sociedad como robos y secuestros, crímenes aberrantes de
menores y el desmesurado avance de los narcos, producen en todos los sectores
(ricos y pobres) de la sociedad una repulsión difícil de digerir cuando se
convive a diario con tanta crueldad y con una prensa activa que se encarga a
diario de amplificar y difundir. No justifico, pero es entendible que, frente a
este contexto aberrante y grotesco, la sociedad se sienta indefensa y clame por
reconstruir el mundo anterior “de gobernantes fuertes” que, en algunos
aspectos, ofrecían “mayor seguridad”. Frente al crimen de la piloto de karting
Zaira Rodríguez y en medio de los legítimos reclamos de los vecinos se
escuchaba con énfasis decir que si la policía está desbordada que venga la
gendarmería.
Los miedos, la indefensión y la
angustia de la gente es el marco necesario para el advenimiento de sistemas
autoritarios que creíamos ya perimidos.
De esta suma de episodios es de lo
que se valen algunos políticos que asomaron como brotes verdes de Bolsonaro
ofreciendo reconstruir un estado represor con claros signos de xenofobia,
racismo camuflado y represión para todo aquello que se considere marginal o
potencial amenaza, borrando de un plumazo aquellas conquistas adquiridas que la
sociedad en su conjunto viene consiguiendo a fuerza de dejar en el camino por
su lucha libertaria girones de su vida por alzar bien alto la bandera de vivir
en un estado de derecho y libertad.