LAS DEMOCRACIAS DEL
MUNDO AMENAZADAS POR LA
CORRUPCIÓN
Un fenómeno análogo recorre las democracias del mundo
haciendo estériles los esfuerzos de los pueblos por construir sociedades cada
vez más justas y solidarias. La forma de hacer política basada en los
prontuarios de los dirigentes y no en el currículum (frase célebre de Carlos Grosso) de los
actores de la política, comienza a fatigar la voluntad de los pueblos a la hora
de depositar la confianza en una dirigencia que se ve envuelta en múltiples
escándalos, ventilados exhaustivamente
por los medios masivos de comunicación, transformando a las democracias y sus
representantes en un teatro de operaciones alimentado por información poco
fiable proveniente de oscuros personajes que hurgan en las cloacas de las
naciones.
Ningún episodio de conflicto que trascienda en la política es
producto (solamente) de la calumnia ocasional, de la mala fe intencionada o de
la evidencia de los hechos, esto no se podrá dirimir hasta que la justicia
demuestre lo contrario; como consecuencia en principio, solo se trata de una media
verdad, es decir que está construida sobre algún suceso que traspasó los
límites de lo ilegal, constituyéndose así en la base necesaria para la
construcción de una buena historia para el periodismo de investigación habido
de situaciones que rocen si es posible el campo del escándalo y la corrupción.
Así se han visto afectados en los últimos tiempos, sistemas políticos,
dirigentes y formaciones partidarios tradicionales por enriquecimiento de sus
funcionarios o por el acaparamiento de cajas del estado destinadas al
financiamiento de la política, o el regreso al poder en el caso en que se diera
esa variante y fuera necesario.
Los medios de comunicación no se transformaron en un poder
político de decisión, es decir el cuarto poder, pero si son medios de difusión
y presión política que por su llegada masiva a la gente mediatizan la
información instalando en la opinión pública (agenda nacional) los temas de su
interés que a veces son coincidentes con los de la gente y otras con los de grandes grupos de poder financiero. En
este sentido, tienen una ventaja comparativa con el resto de los actores de la
democracia ya que son los que ponen la cancha, las reglas y los árbitros donde
se juega el partido y en donde todos los políticos, economistas o funcionarios
de turno acuden allí aceptando implícitamente las reglas del juego que las
corporaciones mediáticas imponen.
Una democracia no puede concebirse sin una prensa libre,
tampoco puede subsistir sin partidos políticos y con una dirigencia dedicada a
los intereses del pueblo; estos tres actores finalmente no deberían ser
antagónicos en la construcción de una sociedad, en el mejor de los casos deben
hacer causa común para combatir a un cuarto actor que convive entre ellos y
carcome al estado convirtiendo en polvo los cimientos de la democracia. La
corrupción en todas sus facetas es un enemigo común y principal al que se debe
combatir si se quiere construir democracias duraderas que den respuesta a los
enormes desafíos que nos presenta el mundo globalizado.
El uso y abuso del poder en beneficio propio o de algún grupo
de poder o facción, es uno de los tantos delitos que aparecen a flor de piel de
las castigadas democracias que luchan por generar anticuerpos en el camino de
consolidar sus valores de libertad, igualdad, solidaridad y justicia; sin
embargo, muchos de estos valores que se agitan en grandes campañas
proselitistas pasan a olvidarse, luego que una vez la dirigencia se halla
instalada en el poder.
Todos estos riesgos que recorre al conjunto de la sociedad
(sin distinguir credos religiosos, raza, sector socioeconómico o ideología de
derecha o izquierda) los pueblos ya los conocen de sobra y muchas veces lo
viven como el mal menor que deben digerir sin advertir que esta “concesión” que
se otorga a diario, terminará justificando los grandes males de la época. Las
falsedades que la sociedad mantiene
entre sí, son las que justifican las grandes
mentiras de la época constituyendo un verdadero latrocinio en la historia de
los pueblos.
La democracia participativa como sistema político para
dirimir las contradicciones humanas, sigue siendo la que mejor representa los
intereses del conjunto por sobre los intereses particulares, poniendo el
equilibrio necesario que necesitan los pueblos ya que en ese devenir se constituye
como sociedad. Para ello, es absolutamente necesario reconstruir los vínculos
de representación política (dañados por la corrupción en todos los niveles) de
la sociedad que como consecuencia de ello, se afianzará impregnando de valor, contenido y legitimación a la
democracia y sus pueblos.
VICENTE SCORDAMAGLIA