LIBERALISMO TARDÍO
“El verdadero progreso es el
que pone la tecnología al alcance de todos”. Henry Ford
El liberalismo tardío hoy en el poder por el voto de la
gente, no deja de añorar esa visión del mundo que divide a los países entre
ricos y pobres. Es inconcebible ver como una vez que asumen el poder estos
grupos de empresarios (CEOs), no descansan un solo minuto en desmantelar todas
las conquistas alcanzadas por las clases trabajadoras y medias de la sociedad, que
al perder su capacidad de presión sobre las empresas, quedan a merced de
administradores sin escrúpulos que no dudan un minuto en aplicar ajustes sobre
los sectores más vulnerables de toda la cadena productiva para sanear las pérdidas
de sus empresas y hacerlas más competitivas a costillas del sacrificio de los
trabajadores y sus familias.
Pareciera que la única visión del mundo que estos sujetos
conciben es la de sentirse parte de un segmento minoritario de la sociedad que
tiene privilegios ilimitados en lo que se refiere al uso (y abuso) de las
riquezas que producen el conjunto de los sectores de la sociedad. El sistema
productivo de la sociedad actual tiene puntos de inflexión, que al alterarse
voluntariamente, ocasiona temibles inequidades que se proyectan inmediatamente
a los sectores más vulnerables de la cadena de consumo de la economía nacional;
es evidente entonces, conjeturar que el actual gobierno argentino está mirando
cómo evoluciona el intento de reforma laboral que se intenta imponer en Brasil.
En este contexto de permanentes transformaciones, en donde la revolución
tecnológica exige profundos cambios para ser más competitivos, los empresarios
argentinos ya han decidido quienes son los que van a pagar el costo de esos
cambios, ya que ellos, como siempre procedieron, no están dispuestos a poner un
céntimo de su patrimonio para tal exigencia, como consecuencia de ello,
pretenden proyectar ese costo sobre las espaldas de los trabajadores sin
importar siquiera sacrificar a la clase media y los trabajadores en general, mayoritariamente
consumista de todos los productos que ellos mismos producen para el uso
cotidiano.
Esta crisis que se parece a una bestia herida de muerte,
avanza sin detenerse hacia su calvario final sin poder contener su ciclo
destructivo, llevándose puesto todo a su paso al extremo de poner en peligro la
existencia misma de la democracia tal como la conocemos. Ya son miles las voces destacadas en el mundo entero que están
alertando sobre las consecuencias que implica no consensuar acuerdos
estratégicos sobre temas que hacen a la destrucción de cientos de miles de
puestos de trabajo en áreas sensibles de la economía, que echarían por tierra
todos los esfuerzos para construir sociedades más solidarias y menos
expulsivas. Las consecuencias del avance de la pobreza originada por la falta
del trabajo, elemental para el sustento diario, crearía una masa hostil y
desorganizada que llevaría a toda la humanidad a transitar un camino plagado de
acechanzas para encontrar soluciones perentorias a tan graves conflictos de
envergadura global.
La paradoja del capitalismo me genera el siguiente
interrogante: ¿Qué le impide aumentar su franja de consumidores en vez de
achicarla? La respuesta no es sencilla, requiere la opinión de expertos o por
lo menos la decisión de emprendedores valientes como lo fue en su tiempo Henry
Ford, cuando encontró la respuesta al interrogante que todo empresario debería
investigar por estos tiempos: ¿si cada vez hay menos gente con poder
adquisitivo quién me va a comprar los productos que yo fabrico? Ford respondió
con audacia y resolvió el interrogante con una medida revolucionaria, les dio
aumento a sus empleados duplicando sus salarios para que sean estos sus
primeros compradores; así creó su primera cartera de clientes, la más leal y
agradecida que elevó su producción entre el 40% y el 70%; pero además fue el
cimiento fundamental para la creación de una clase media pujante que ayudó a consolidar
el modelo económico norteamericano.
Esta realidad deja por el piso la teoría dominante a lo largo
de la historia de que se deben minimizar los costos del trabajo y en paralelo
maximizar las ganancias del capital, es decir: mantener los sueldos estancados
con el argumento de que los costos de producción deben permanecer bajos, para
evitar transferir los incrementos hacia los precios finales; Henry Ford les
demostró lo contrario; cuando le preguntaron por el secreto de su éxito
respondió:
“El secreto de mi éxito está
en pagar como si fuera pródigo y vender como si estuviera en quiebra”.
Quizás los políticos junto a los empresarios y los
trabajadores argentinos deberían explorar un poco más como se construye un
desarrollo con justicia social.
VICENTE SCORDAMAGLIA
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