lunes, 24 de julio de 2017

LIBERALISMO TARDÍO




 LIBERALISMO TARDÍO
“El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos”. Henry Ford
El liberalismo tardío hoy en el poder por el voto de la gente, no deja de añorar esa visión del mundo que divide a los países entre ricos y pobres. Es inconcebible ver como una vez que asumen el poder estos grupos de empresarios (CEOs), no descansan un solo minuto en desmantelar todas las conquistas alcanzadas por las clases trabajadoras y medias de la sociedad, que al perder su capacidad de presión sobre las empresas, quedan a merced de administradores sin escrúpulos que no dudan un minuto en aplicar ajustes sobre los sectores más vulnerables de toda la cadena productiva para sanear las pérdidas de sus empresas y hacerlas más competitivas a costillas del sacrificio de los trabajadores y sus familias.  

Pareciera que la única visión del mundo que estos sujetos conciben es la de sentirse parte de un segmento minoritario de la sociedad que tiene privilegios ilimitados en lo que se refiere al uso (y abuso) de las riquezas que producen el conjunto de los sectores de la sociedad. El sistema productivo de la sociedad actual tiene puntos de inflexión, que al alterarse voluntariamente, ocasiona temibles inequidades que se proyectan inmediatamente a los sectores más vulnerables de la cadena de consumo de la economía nacional; es evidente entonces, conjeturar que el actual gobierno argentino está mirando cómo evoluciona el intento de reforma laboral que se intenta imponer en Brasil. En este contexto de permanentes transformaciones, en donde la revolución tecnológica exige profundos cambios para ser más competitivos, los empresarios argentinos ya han decidido quienes son los que van a pagar el costo de esos cambios, ya que ellos, como siempre procedieron, no están dispuestos a poner un céntimo de su patrimonio para tal exigencia, como consecuencia de ello, pretenden proyectar ese costo sobre las espaldas de los trabajadores sin importar siquiera sacrificar a la clase media y los trabajadores en general, mayoritariamente consumista de todos los productos que ellos mismos producen para el uso cotidiano.

Esta crisis que se parece a una bestia herida de muerte, avanza sin detenerse hacia su calvario final sin poder contener su ciclo destructivo, llevándose puesto todo a su paso al extremo de poner en peligro la existencia misma de la democracia tal como la conocemos. Ya son miles las  voces destacadas en el mundo entero que están alertando sobre las consecuencias que implica no consensuar acuerdos estratégicos sobre temas que hacen a la destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo en áreas sensibles de la economía, que echarían por tierra todos los esfuerzos para construir sociedades más solidarias y menos expulsivas. Las consecuencias del avance de la pobreza originada por la falta del trabajo, elemental para el sustento diario, crearía una masa hostil y desorganizada que llevaría a toda la humanidad a transitar un camino plagado de acechanzas para encontrar soluciones perentorias a tan graves conflictos de envergadura global.  

La paradoja del capitalismo me genera el siguiente interrogante: ¿Qué le impide aumentar su franja de consumidores en vez de achicarla? La respuesta no es sencilla, requiere la opinión de expertos o por lo menos la decisión de emprendedores valientes como lo fue en su tiempo Henry Ford, cuando encontró la respuesta al interrogante que todo empresario debería investigar por estos tiempos: ¿si cada vez hay menos gente con poder adquisitivo quién me va a comprar los productos que yo fabrico? Ford respondió con audacia y resolvió el interrogante con una medida revolucionaria, les dio aumento a sus empleados duplicando sus salarios para que sean estos sus primeros compradores; así creó su primera cartera de clientes, la más leal y agradecida que elevó su producción entre el 40% y el 70%; pero además fue el cimiento fundamental para la creación de una clase media pujante que ayudó a consolidar el modelo económico norteamericano.

Esta realidad deja por el piso la teoría dominante a lo largo de la historia de que se deben minimizar los costos del trabajo y en paralelo maximizar las ganancias del capital, es decir: mantener los sueldos estancados con el argumento de que los costos de producción deben permanecer bajos, para evitar transferir los incrementos hacia los precios finales; Henry Ford les demostró lo contrario; cuando le preguntaron por el secreto de su éxito respondió:

“El secreto de mi éxito está en pagar como si fuera pródigo y vender como si estuviera en quiebra”.
Quizás los políticos junto a los empresarios y los trabajadores argentinos deberían explorar un poco más como se construye un desarrollo con justicia social.
VICENTE SCORDAMAGLIA



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